Desde finales del siglo XIX los artistas de vanguardia han tenido entre sus objetivos el escandalizar al burgués, a la Burguesía. Gran parte de los gestos de los artistas de vanguardia, fueran impresionistas, dadaístas o cubistas, tuvieron como diana la moral y el esnobismo burgueses. Así se acuñó la expresión "épater le bourgeois" que significa aproximadamente "escandalizar al burgués", y con el tiempo fue la consigna de varias generaciones de artistas que querían subvertir el orden establecido.
Lo que ocurre es que hoy en día esta frase ha perdido su fuerza inicial. La burguesía de hoy o sus equivalentes ya no se escandalizan por nada. De hecho son estas clases burguesas y "snobs" las que brindan el necesario apoyo económico para sostener la industria del escándalo. Hoy ya ningún burgués que se precie de serlo admite ser burgués ni por supuesto se escandaliza por un urinario o un pedazo de mierda.
Pero curiosamente los críticos que han abanderado este cambio en las costumbres burguesas, que han asesorado sobre lo correctamente "in" en arte moderno, que han acostumbrado al mundo a un arte en continuo cambio son hoy los más reacios a cualquier cambio. Paradójicamente, el arte, para ser tolerado por los críticos, debe ser invariablemente cambiante pero siempre idéntico a sí mismo, siempre basado justo en la vieja consigna decimonónica de "épater le bourgeois". Da igual que los burgueses ya no existan o que no se escandalicen. Para ser vanguardia sea lo que sea que se presente como arte debería poder escandalizar al típico burgués de finales del siglo XIX o como mucho de principios del siglo XX. Es decir, que hace cien años fuese válido como arte de vanguardia.
Lo que no pueden comprender ni soportar los críticos contemporáneos es que el arte realmente cambie, que no se ajuste a cánones, que se salga de lo previsto y que, por ejemplo, ya no responda a los mismos principios que regían para las vanguardias de hace un siglo. O, por decirlo de otro modo, que su rumbo lo marquen los artistas y no ellos mismos.
Y llegados a este punto, ante un arte condenado por los críticos a la continua repetición de las vetustas vanguardias de hace un siglo, los artistas se están rebelando. No tenemos ya la vieja guía de buscar el escándalo del burgués. Pero lo gracioso, lo realmente maravilloso y profundamente irónico, es que el arte de hoy vuelve a tener una consigna revolucionaria, universalmente válida, pero incluso más divertida y apasionante. Ya no podremos escandalizar a la burguesía, prevenida contra todo y hastiada de fuegos artificiales. Vale. Pero no hay mal que por bien no venga; ahora quienes se escandalizan, y a la mínima, son los propios críticos que condenan al arte a un bucle sin sentido ni vida propia. No hay nada más efectivo: ahora, precisamente, ¡podemos escandalizar a los críticos! Probablemente su escándalo será el síntoma más claro de que realmente estemos poniendo el dedo en la llaga. Cada vez que los críticos, normalmente apacibles y complacientes con todo lo que suena familiarmente contemporáneo, rasgan sus vestiduras y ponen "a parir" a tal o cual artista, es que ahí hay verdadera novedad y verdadero talento. Aún recuerdo el escándalo que armaron cuando en Madrid se expuso la obra escultórica de Igor Mitoraj...
Qué maravilloso hallazgo el de esta nueva consigna: "Épater le critique". ¡A por ellos!
Lo que ocurre es que hoy en día esta frase ha perdido su fuerza inicial. La burguesía de hoy o sus equivalentes ya no se escandalizan por nada. De hecho son estas clases burguesas y "snobs" las que brindan el necesario apoyo económico para sostener la industria del escándalo. Hoy ya ningún burgués que se precie de serlo admite ser burgués ni por supuesto se escandaliza por un urinario o un pedazo de mierda.
Pero curiosamente los críticos que han abanderado este cambio en las costumbres burguesas, que han asesorado sobre lo correctamente "in" en arte moderno, que han acostumbrado al mundo a un arte en continuo cambio son hoy los más reacios a cualquier cambio. Paradójicamente, el arte, para ser tolerado por los críticos, debe ser invariablemente cambiante pero siempre idéntico a sí mismo, siempre basado justo en la vieja consigna decimonónica de "épater le bourgeois". Da igual que los burgueses ya no existan o que no se escandalicen. Para ser vanguardia sea lo que sea que se presente como arte debería poder escandalizar al típico burgués de finales del siglo XIX o como mucho de principios del siglo XX. Es decir, que hace cien años fuese válido como arte de vanguardia.
Lo que no pueden comprender ni soportar los críticos contemporáneos es que el arte realmente cambie, que no se ajuste a cánones, que se salga de lo previsto y que, por ejemplo, ya no responda a los mismos principios que regían para las vanguardias de hace un siglo. O, por decirlo de otro modo, que su rumbo lo marquen los artistas y no ellos mismos.
Y llegados a este punto, ante un arte condenado por los críticos a la continua repetición de las vetustas vanguardias de hace un siglo, los artistas se están rebelando. No tenemos ya la vieja guía de buscar el escándalo del burgués. Pero lo gracioso, lo realmente maravilloso y profundamente irónico, es que el arte de hoy vuelve a tener una consigna revolucionaria, universalmente válida, pero incluso más divertida y apasionante. Ya no podremos escandalizar a la burguesía, prevenida contra todo y hastiada de fuegos artificiales. Vale. Pero no hay mal que por bien no venga; ahora quienes se escandalizan, y a la mínima, son los propios críticos que condenan al arte a un bucle sin sentido ni vida propia. No hay nada más efectivo: ahora, precisamente, ¡podemos escandalizar a los críticos! Probablemente su escándalo será el síntoma más claro de que realmente estemos poniendo el dedo en la llaga. Cada vez que los críticos, normalmente apacibles y complacientes con todo lo que suena familiarmente contemporáneo, rasgan sus vestiduras y ponen "a parir" a tal o cual artista, es que ahí hay verdadera novedad y verdadero talento. Aún recuerdo el escándalo que armaron cuando en Madrid se expuso la obra escultórica de Igor Mitoraj...
Qué maravilloso hallazgo el de esta nueva consigna: "Épater le critique". ¡A por ellos!
4 comentarios:
"Épater le critique".
Que sepan que ellos que creen que son los críticos y abanderados de las "pseudovanguardias" son en realidad parte de un sistema arcaico, envejecido y jerarquizado, que no ven mas alla de sus propios intereses.
Son una dictadura de un sistema obsoleto que debe ser regenerado urgentemente
ahhhh¡¡¡¡ el escándalo. si ya lo dijo Raphael (el cantante, no el pintor). ¡¡Escándalo, es un es candalo¡¡. y es verdad, que sea posible que el arte, hoy en dia sea un escandalo. Mas yo, por mi forma de pensar y por llevaros la contraria evitaria este tipo de inmersiones de conflicto. En el arte pasa como en la religion: Esta Dios y la buena voluntad del hombre bueno, y su oposicion de curas y mafiosos de canalla raigambre; y en el arte estan los pintorcillos geniales de los que nadie sabe nada, y luego la gran Curia artistica comandada por el dolar y la ingente cantidad de cantamañanas y gilipollas que se dejan engañar y que tienen un churro enmarcado encima de la chimenea en su salon.
Desde mi punto de vista, casi mejor quedarnos en esta especie de salvaguardia catacumbera y no dar mucho la nota, que al final nos pillan por donde mas nos duele: por la pela. pues no son finos "ni na"
PD: los criticos son unos gilipollas de los que los hartistas deberiamos mantenernos alejados para poder entrar en el Reino de los Cielos
Realmente el escándalo no tiene más que la tonta y algo trivial función de escandalizar. Cosa que los grandes humoristas hacen a diario: escandalizar a las partes más pomposas, inmovilistas y tontas de las sociedades. Por desgracia el arte (oficial) y sobre todo los críticos de arte han acabado siendo una de esas partes de la sociedad.
Por eso, como los bufones, los artistas, aún sin quererlo, en el cotidiano ejercicio de su trabajo, escandalizan a los críticos. Los críticos de arte moderno no soportan la buena factura de los cuadros de Antonio López, de las esculturas de Igor Mitoraj, o los gritos contra la corrupción y la impostura de stuckistas, hartistas y tantos otros grupos que nada tienen que ver con nosotros. Hoy, por desgracia para la salud del arte, la crítica se ha convertido -salvo honrosas excepciones- en una caricatura de sí misma, y para el artista de verdad, el que está metido en sus asuntos ya ni siquiera es un escollo temible como antaño, sino una pantomima risible.
La crítica contemporánea ha perdido la credibilidad, al igual que el arte al que se ha unido indisolublemente. Porque, en una bienal o feria de arte contemporáneo, ¿dónde empieza el crítico y termina el "artista"? Todo es parte indistinguible de un mismo negocio obsceno -no por sus temas o formas, que son previsibles, anclados en una tradición que se remonta a fines del siglo XIX, sino por el evidente despilfarro- en el que críticos, "artistas", marchantes, "curadores" y hasta clientes, forman parte de un conglomerado uniforme.
Te leo con interés.
Un abrazo
Publicar un comentario