Hoy os traemos un magnífico texto de Artur Vives, uno de los miembros del Hartismo catalán. Artur Vives reflexiona sobre el meollo filosófico del llamado Arte Conceptual, con este texto que creo que acabará siendo una referencia clásica para la argumentación racional en el escepticismo artístico. Este texto será publicado en la revista del Hartismo próxima.
¿EL ARTE CONCEPTUAL ES ARTE? El título podría parecer absurdo dado que parece cuestionar una tautología. De lo que se trata es de dilucidar si el denominado Arte Conceptual merece ese calificativo. Puesto que el concepto de Arte no es único e indiscutido, podemos predecir sin riesgo de error que cualquier conclusión no gozará de la aprobación general.
Las vanguardias consagraron como única alternativa artística válida la que fuera absolutamente novedosa. Los distintos movimientos pictóricos pueden interpretarse como alteraciones substanciales de los diferentes elementos integrantes del cuadro: Perspectiva (cubismo), forma (abstracción, expresionismo), tema (surrealismo, pintura metafísica), color (fovismo), etc. Cuando ya no quedaba nada por transformar, deformar o modificar, cualquier cosa que se hiciera parecería necesariamente un déjà vu. De ahí que, con tales premisas, algunos concluyeran precipitadamente que la pintura había muerto.
El principio fundamental del llamado arte conceptual es que la idea es más importante que la forma. La ejecución de la obra es un asunto secundario. El objeto es un mero soporte de la idea. A menudo se exponen antes las notas o bocetos que el objeto en sí, que puede que nunca llegue a terminarse. Con estos presupuestos resulta inevitable que lo efímero y lo simple aparezcan a menudo, aunque no necesariamente, como elementos externos característicos del llamado arte conceptual. Variaciones del arte conceptual son el body art, land art, performance art, process art y arte povera.
La consideración de la pintura como “cosa mental” tiene antecedentes ilustres en Leonardo y Velázquez. Pero intentar vislumbrar en ellos precedentes del arte conceptual sería absolutamente erróneo. Lo “mental” en esos casos es un valor añadido a la ejecución material, pero en ningún modo un substitutivo. El énfasis por la idea debe encuadrarse dentro de la denominada “disputa del paragone” o jerarquía entre las artes. Acentuando el carácter intelectual de la pintura, el artista se elevaría de su condición de artesano y se equipararía en prestigio al literato.
Aunque el movimiento conceptualista surgió a mediados de los sesenta del pasado siglo, el principal precedente lo constituyen los ready-made de Marcel Duchamp, significativamente su conocida obra “Fuente”, que consiste en un urinario invertido, así como en el dadaísmo y su propósito desmaterializador del arte. Otros pioneros que suelen citarse son Jasper Johns, Robert Rauschenberg, Piero Manzoni e Yves Klein.
El arte conceptual es un claro ejemplo de la progresiva intelectualización del arte. Si bien los artistas nunca han estado del todo ajenos a los movimientos filosóficos de su época, las principales influencias han procedido normalmente del propio entorno artístico. En el siglo XX, en cambio, enervada la tradición por el carácter esencialmente rupturista de las vanguardias, las distintas corrientes artísticas son un correlato de las tendencias intelectuales del momento. Así, el paso que se produce en Francia del existencialismo al estructuralismo y el marxismo, se traduce en una substitución del individuo por la colectividad. Lo estético aparece como elitista y narcisista, se pone en tela de juicio el papel de la obra como mercancía en el mercado y, desde esta nueva perspectiva, se replantea el papel del arte en la sociedad.
De todos los artistas conceptuales, tal vez sea Joseph Kosuth quien más ha desarrollado las cuestiones teóricas. Posiblemente sus ideas no representen a todos los conceptualistas, pero puesto que ha elaborado el cuerpo doctrinal más completo y coherente, nos remitiremos a él, y más concretamente a su escrito “El arte después de la filosofía”, de 1969.
Kosuth es especialmente conocido por la obra “Una y tres sillas”, de 1965. En esta creación aparecen una silla plegable de madera, una fotografía de la misma silla y una ampliación fotográfica de la definición de silla extraída del diccionario. La pretendida finalidad del montaje consiste en inducir al público a plantearse en cuál de los tres elementos se encuentra la identidad del objeto, si en la cosa misma, en su representación o en su descripción verbal. No seremos tan maliciosos como para negarle un cierto ingenio a la propuesta, aunque para una persona cansada y con deseos de sentarse la solución parece obvia. El caso es que Kosuth debió sentirse muy satisfecho con su idea, porque la repitió en otras ocasiones sustituyendo la silla por otros objetos, como un martillo o una sierra.
El montaje puede ilustrar por sí mismo una disyuntiva semiótica o una cuestión vinculada a la filosofía del lenguaje, pero a nadie se le escapa que su condición artística solamente se manifiesta en cuanto aparece expuesto en una galería de arte o en un museo. Es el denominado “arte por contextualización”.
Para Kosuth el siglo XX es el tiempo en que la filosofía termina y el arte comienza. El fin de la filosofía lo marca el Tractatus de Ludwig Wittgenstein, y el comienzo del arte los ready-made de Duchamp. Con ambos, filosofía y arte entran en crisis. Wittgenstein es para Kosuth la munición filosófica para responder a los nuevos interrogantes sobre la naturaleza del arte que plantea el urinario de Duchamp.
En opinión de Kosuth la estética es al arte lo que la metafísica a la filosofía, un absurdo. Si la estética se ha considerado tradicionalmente unida al arte, es sólo porque la función ordinaria del arte ha sido de carácter decorativo, de modo que esa vinculación por costumbre –arte y estética- se ha interpretado erróneamente como necesaria. Como la estética presupone una forma –un arte “retinal”-, igualmente se ha considerado, equivocadamente, que el aspecto morfológico era inseparable del arte. En definitiva, para Kosuth la estética es un mero apriorismo que actúa como una metafísica innecesaria para el arte en sí. Las consideraciones estéticas son ajenas a la función del arte, salvo que ésta sea estrictamente estética, esto es, decorativa. Las consideraciones estéticas son juicios críticos que reflejan únicamente el gusto de quien las formula. La estética es conceptualmente irrelevante para el arte. En tal caso, si el juicio estético es intrascendente, y Duchamp ha demostrado que cualquier objeto es susceptible de ser un objeto de arte, aunque no todo objeto forma parte del conjunto de los objetos de arte, ¿cómo se define el arte?
La solución logicista de Kosuth es considerar la obra de arte como una proposición analítica. La obra de arte es una “proposición” presentada dentro del contexto del arte como un comentario acerca del arte. Vistas dentro de su contexto –como arte-, son proposiciones analíticas porque no proporcionan información alguna sobre cualquier hecho. El significado de “contexto del arte” es algo que no queda demasiado claro, aunque parece aludir al uso del objeto artístico de conformidad con la intención del artista (Por ejemplo, de una escultura el ser exhibida en un salón en vez de servir de cuelga ropa). En definitiva, un objeto es arte sólo cuando se sitúa en el contexto del arte.
En este punto conviene aclarar qué se entiende por proposición analítica, cuya acepción actual se remonta a Kant. Analítico se contrapone a sintético. Así, en un juicio analítico el predicado no añade nada al sujeto (Por ejemplo: Una mujer obesa es una mujer), a diferencia de lo que ocurre en un juicio sintético. Según Kant, las proposiciones basadas en la experiencia son sintéticas y, por tanto, válidas a posteriori (Por ejemplo: Mi tía es una mujer obesa), en tanto que las proposiciones analíticas son a priori porque su validez es independiente de la experiencia. Kosuth concluye, por analogía, que las obras de arte son proposiciones analíticas porque no siendo de orden fáctico, sino lingüístico, su validez no depende de la experiencia.
Si toda obra de arte presentada dentro de su contexto es un comentario acerca del arte, proposiciones analíticas válidas a priori, y es la intención del artista la que define dicho contexto, siguiendo con la lógica de Kosuth, las obras de arte son tautologías (y eso es lo que el arte tiene en común con la lógica y las matemáticas). Es el artista quien nos dice que una obra de arte en particular es arte. Por tanto, si la validez del arte es “a priori”, esto es, no depende de la experiencia, la “condición de arte” del arte es conceptual.
Siguiendo con el razonamiento, para Kosuth ser artista significa cuestionarse la naturaleza del arte. El primero en cuestionarse la función del arte fue Marcel Duchamp. Hasta Duchamp el lenguaje del arte seguía siendo el mismo (morfológico), aunque dijera cosas nuevas. Los ready-made inauguraron un nuevo lenguaje, en el que lo relevante no era la forma, sino lo que se está diciendo. Con Duchamp cambia la naturaleza del arte (a partir de Duchamp el arte sólo existe conceptualmente), cambio que va de la “apariencia” a la “concepción” (de un cuestionamiento morfológico se pasa a un cuestionamiento de la función). En consecuencia, el valor de los artistas posteriores se mide en función de lo añadido al concepto de arte mediante la presentación de nuevas propuestas. Si el hombre de la calle es intolerante con el arte contemporáneo es porque exige que el arte se manifieste en un lenguaje tradicional.
Todo el argumentario de Kosuth parte de un principio básico, un hecho indiscutido que se da por verdadero, un acto de fe: Que los ready-made de Duchamp son arte. En la justificación racional de este axioma se remite, como principio de autoridad, al aparato conceptual de Wittgenstein, del mismo modo que un escolástico medieval se servía de la filosofía de Aristóteles para razonar la existencia de Dios. El estilo críptico y sentencioso de este filósofo del lenguaje le habilita como gurú de distintas corrientes a las que ignoramos si hubiera dado su beneplácito (ya en vida se opuso vivamente a determinadas actitudes derivadas de su pensamiento). Nunca sabremos si Wittgenstein hubiera aprobado el arte conceptual. Y si bien de su filosofía es lícito inferir otra cosa, lo cierto es que cuando se pronuncia explícitamente sobre Arte lo hace en términos convencionales, considerando el arte como una expresión cuya finalidad es lo hermoso, y asimilando ética y estética (aunque habrá wittgenstenianos que no compartirán esta apreciación).
No vamos a entrar a analizar la coherencia del discurso de Kosuth con la filosofía de Wittgenstein. En primer lugar porque supondría erigir a Wittgenstein en principio de autoridad per se. Y en segundo lugar, porque el pensamiento de Wittgenstein no es en absoluto monolítico y, si bien puede hablarse de un modo de razonar a la Wittgenstein, también es cierto que se distinguen dos períodos en su pensamiento, en algunos puntos contradictorios, dado que el filósofo no dejaba de replantearse los mismos problemas.
Kosuth concibe el arte fundamentalmente como lenguaje, pero le aplica categorías lógicas y conceptos propios de los lenguajes cognoscitivos, esto es lo que enuncian si algo es o no, si una proposición es verdadera o falsa; conceptos como “proposición analítica” o “tautología”, que difícilmente tienen encaje en otros tipos de lenguaje, como los denominados lenguajes poéticos (entre los que cabría incluir el arte), sobre los que no es posible establecer categorías de verdadero o falso, fundamentalmente porque se caracterizan por la multiplicidad de significados. Si una proposición analítica es aquella en la que el predicado no añade nada al sujeto, ¿cómo podemos extrapolar conceptos como los de sujeto y predicado a una obra de arte?
La teoría de la tautología resulta ingeniosa, y no es únicamente Kosuth y los conceptualistas quienes la han defendido. Es la manera sesuda de decir que “arte es lo que los artistas dicen que es arte”, desplazando el epicentro de lo artístico de la obra a la intención del artista. Este giro copernicano, sin embargo, deja una cuestión fundamental sin resolver, pues no define quién es artista.
Obsérvese además que este nuevo centro se sitúa expresamente en el artista y no en la sociedad. Sería posible sostener, posiblemente con argumentos más sólidos y en sintonía con la teoría de los usos del lenguaje de Wittgenstein, que lo que denominamos arte es fruto del consenso social. Pero en tal caso la experiencia ordinaria de su aceptación general pone en evidencia que el denominado arte conceptual estaría todavía muy lejos de poder alcanzar ese estatus.
Existe una máxima jurídica de sentido común que establece que “las cosas son lo que son y no lo que las partes dicen que son”. El fundamento es que la realidad es independiente de la voluntad de las personas. De ser correcta la tesis de Kosuth, el arte vendría a constituir la única excepción.
Artista es quien produce obras de arte, que son cosas objetivas, expresión de las ideas y sentimientos del creador mediante el cultivo de las formas, y susceptibles de valoración estética. Admitir que cualquier creación, idea, acción, o simplemente ocurrencia de alguien que se autoproclama artista, es arte sería dar pábulo a situaciones como la del cuento del “traje nuevo del emperador”. El artista despojado de obra es algo subjetivo, cuando no puro solipsismo. Como Carl, el personaje de “Trópico de Cáncer”, de Henry Miller, que sostiene que se puede ser escritor sin escribir.
Por último, del hecho que todo objeto sea susceptible de consideraciones estéticas en tanto que no todo objeto pertenece al mundo del arte, lejos de concluir la prescindibilidad de la estética para el arte, como argumenta Kosuth, permite colegir, a sensu contrario, que en todo objeto, en mayor o en menor medida, hay arte.
Entonces alguien podría decir: De acuerdo, pero ¿si esto no es arte, de qué se trata? ¿Es arte porque no es otra cosa, o es otra cosa aunque le llamemos arte? No lo sé. Puede que se trate de un híbrido que combina elementos propios del arte con los de otras disciplinas, como el teatro, el circo, los juegos de palabras, la filosofía, la lingüística, etc. Probablemente, por ser absolutamente novedoso, se trate de algo para lo que no existe una palabra y, al denominarlo arte, estemos incurriendo en una de esas confusiones o malentendidos lingüísticos que, en opinión de Wittgenstein, se producen cuando el lenguaje es desviado de su uso común y deviene fuente de perplejidades.
Artur Vives