Hoy os traemos un magnífico texto de Artur Vives, uno de los miembros del Hartismo catalán. Artur Vives reflexiona sobre el meollo filosófico del llamado Arte Conceptual, con este texto que creo que acabará siendo una referencia clásica para la argumentación racional en el escepticismo artístico. Este texto será publicado en la revista del Hartismo próxima.
El título podría parecer absurdo dado que parece cuestionar una tautología. De lo que se trata es de dilucidar si el denominado Arte Conceptual merece ese calificativo. Puesto que el concepto de Arte no es único e indiscutido, podemos predecir sin riesgo de error que cualquier conclusión no gozará de la aprobación general.
Las vanguardias consagraron como única alternativa artística válida la que fuera absolutamente novedosa. Los distintos movimientos pictóricos pueden interpretarse como alteraciones substanciales de los diferentes elementos integrantes del cuadro: Perspectiva (cubismo), forma (abstracción, expresionismo), tema (surrealismo, pintura metafísica), color (fovismo), etc. Cuando ya no quedaba nada por transformar, deformar o modificar, cualquier cosa que se hiciera parecería necesariamente un déjà vu. De ahí que, con tales premisas, algunos concluyeran precipitadamente que la pintura había muerto.
El principio fundamental del llamado arte conceptual es que la idea es más importante que la forma. La ejecución de la obra es un asunto secundario. El objeto es un mero soporte de la idea. A menudo se exponen antes las notas o bocetos que el objeto en sí, que puede que nunca llegue a terminarse. Con estos presupuestos resulta inevitable que lo efímero y lo simple aparezcan a menudo, aunque no necesariamente, como elementos externos característicos del llamado arte conceptual. Variaciones del arte conceptual son el body art, land art, performance art, process art y arte povera.
La consideración de la pintura como “cosa mental” tiene antecedentes ilustres en Leonardo y Velázquez. Pero intentar vislumbrar en ellos precedentes del arte conceptual sería absolutamente erróneo. Lo “mental” en esos casos es un valor añadido a la ejecución material, pero en ningún modo un substitutivo. El énfasis por la idea debe encuadrarse dentro de la denominada “disputa del paragone” o jerarquía entre las artes. Acentuando el carácter intelectual de la pintura, el artista se elevaría de su condición de artesano y se equipararía en prestigio al literato.
Aunque el movimiento conceptualista surgió a mediados de los sesenta del pasado siglo, el principal precedente lo constituyen los ready-made de Marcel Duchamp, significativamente su conocida obra “Fuente”, que consiste en un urinario invertido, así como en el dadaísmo y su propósito desmaterializador del arte. Otros pioneros que suelen citarse son Jasper Johns, Robert Rauschenberg, Piero Manzoni e Yves Klein.
El arte conceptual es un claro ejemplo de la progresiva intelectualización del arte. Si bien los artistas nunca han estado del todo ajenos a los movimientos filosóficos de su época, las principales influencias han procedido normalmente del propio entorno artístico. En el siglo XX, en cambio, enervada la tradición por el carácter esencialmente rupturista de las vanguardias, las distintas corrientes artísticas son un correlato de las tendencias intelectuales del momento. Así, el paso que se produce en Francia del existencialismo al estructuralismo y el marxismo, se traduce en una substitución del individuo por la colectividad. Lo estético aparece como elitista y narcisista, se pone en tela de juicio el papel de la obra como mercancía en el mercado y, desde esta nueva perspectiva, se replantea el papel del arte en la sociedad.
De todos los artistas conceptuales, tal vez sea Joseph Kosuth quien más ha desarrollado las cuestiones teóricas. Posiblemente sus ideas no representen a todos los conceptualistas, pero puesto que ha elaborado el cuerpo doctrinal más completo y coherente, nos remitiremos a él, y más concretamente a su escrito “El arte después de la filosofía”, de 1969.
Kosuth es especialmente conocido por la obra “Una y tres sillas”, de 1965. En esta creación aparecen una silla plegable de madera, una fotografía de la misma silla y una ampliación fotográfica de la definición de silla extraída del diccionario. La pretendida finalidad del montaje consiste en inducir al público a plantearse en cuál de los tres elementos se encuentra la identidad del objeto, si en la cosa misma, en su representación o en su descripción verbal. No seremos tan maliciosos como para negarle un cierto ingenio a la propuesta, aunque para una persona cansada y con deseos de sentarse la solución parece obvia. El caso es que Kosuth debió sentirse muy satisfecho con su idea, porque la repitió en otras ocasiones sustituyendo la silla por otros objetos, como un martillo o una sierra.
El montaje puede ilustrar por sí mismo una disyuntiva semiótica o una cuestión vinculada a la filosofía del lenguaje, pero a nadie se le escapa que su condición artística solamente se manifiesta en cuanto aparece expuesto en una galería de arte o en un museo. Es el denominado “arte por contextualización”.
Para Kosuth el siglo XX es el tiempo en que la filosofía termina y el arte comienza. El fin de la filosofía lo marca el Tractatus de Ludwig Wittgenstein, y el comienzo del arte los ready-made de Duchamp. Con ambos, filosofía y arte entran en crisis. Wittgenstein es para Kosuth la munición filosófica para responder a los nuevos interrogantes sobre la naturaleza del arte que plantea el urinario de Duchamp.
En opinión de Kosuth la estética es al arte lo que la metafísica a la filosofía, un absurdo. Si la estética se ha considerado tradicionalmente unida al arte, es sólo porque la función ordinaria del arte ha sido de carácter decorativo, de modo que esa vinculación por costumbre –arte y estética- se ha interpretado erróneamente como necesaria. Como la estética presupone una forma –un arte “retinal”-, igualmente se ha considerado, equivocadamente, que el aspecto morfológico era inseparable del arte. En definitiva, para Kosuth la estética es un mero apriorismo que actúa como una metafísica innecesaria para el arte en sí. Las consideraciones estéticas son ajenas a la función del arte, salvo que ésta sea estrictamente estética, esto es, decorativa. Las consideraciones estéticas son juicios críticos que reflejan únicamente el gusto de quien las formula. La estética es conceptualmente irrelevante para el arte. En tal caso, si el juicio estético es intrascendente, y Duchamp ha demostrado que cualquier objeto es susceptible de ser un objeto de arte, aunque no todo objeto forma parte del conjunto de los objetos de arte, ¿cómo se define el arte?
La solución logicista de Kosuth es considerar la obra de arte como una proposición analítica. La obra de arte es una “proposición” presentada dentro del contexto del arte como un comentario acerca del arte. Vistas dentro de su contexto –como arte-, son proposiciones analíticas porque no proporcionan información alguna sobre cualquier hecho. El significado de “contexto del arte” es algo que no queda demasiado claro, aunque parece aludir al uso del objeto artístico de conformidad con la intención del artista (Por ejemplo, de una escultura el ser exhibida en un salón en vez de servir de cuelga ropa). En definitiva, un objeto es arte sólo cuando se sitúa en el contexto del arte.
En este punto conviene aclarar qué se entiende por proposición analítica, cuya acepción actual se remonta a Kant. Analítico se contrapone a sintético. Así, en un juicio analítico el predicado no añade nada al sujeto (Por ejemplo: Una mujer obesa es una mujer), a diferencia de lo que ocurre en un juicio sintético. Según Kant, las proposiciones basadas en la experiencia son sintéticas y, por tanto, válidas a posteriori (Por ejemplo: Mi tía es una mujer obesa), en tanto que las proposiciones analíticas son a priori porque su validez es independiente de la experiencia. Kosuth concluye, por analogía, que las obras de arte son proposiciones analíticas porque no siendo de orden fáctico, sino lingüístico, su validez no depende de la experiencia.
Si toda obra de arte presentada dentro de su contexto es un comentario acerca del arte, proposiciones analíticas válidas a priori, y es la intención del artista la que define dicho contexto, siguiendo con la lógica de Kosuth, las obras de arte son tautologías (y eso es lo que el arte tiene en común con la lógica y las matemáticas). Es el artista quien nos dice que una obra de arte en particular es arte. Por tanto, si la validez del arte es “a priori”, esto es, no depende de la experiencia, la “condición de arte” del arte es conceptual.
Siguiendo con el razonamiento, para Kosuth ser artista significa cuestionarse la naturaleza del arte. El primero en cuestionarse la función del arte fue Marcel Duchamp. Hasta Duchamp el lenguaje del arte seguía siendo el mismo (morfológico), aunque dijera cosas nuevas. Los ready-made inauguraron un nuevo lenguaje, en el que lo relevante no era la forma, sino lo que se está diciendo. Con Duchamp cambia la naturaleza del arte (a partir de Duchamp el arte sólo existe conceptualmente), cambio que va de la “apariencia” a la “concepción” (de un cuestionamiento morfológico se pasa a un cuestionamiento de la función). En consecuencia, el valor de los artistas posteriores se mide en función de lo añadido al concepto de arte mediante la presentación de nuevas propuestas. Si el hombre de la calle es intolerante con el arte contemporáneo es porque exige que el arte se manifieste en un lenguaje tradicional.
Todo el argumentario de Kosuth parte de un principio básico, un hecho indiscutido que se da por verdadero, un acto de fe: Que los ready-made de Duchamp son arte. En la justificación racional de este axioma se remite, como principio de autoridad, al aparato conceptual de Wittgenstein, del mismo modo que un escolástico medieval se servía de la filosofía de Aristóteles para razonar la existencia de Dios. El estilo críptico y sentencioso de este filósofo del lenguaje le habilita como gurú de distintas corrientes a las que ignoramos si hubiera dado su beneplácito (ya en vida se opuso vivamente a determinadas actitudes derivadas de su pensamiento). Nunca sabremos si Wittgenstein hubiera aprobado el arte conceptual. Y si bien de su filosofía es lícito inferir otra cosa, lo cierto es que cuando se pronuncia explícitamente sobre Arte lo hace en términos convencionales, considerando el arte como una expresión cuya finalidad es lo hermoso, y asimilando ética y estética (aunque habrá wittgenstenianos que no compartirán esta apreciación).
No vamos a entrar a analizar la coherencia del discurso de Kosuth con la filosofía de Wittgenstein. En primer lugar porque supondría erigir a Wittgenstein en principio de autoridad per se. Y en segundo lugar, porque el pensamiento de Wittgenstein no es en absoluto monolítico y, si bien puede hablarse de un modo de razonar a la Wittgenstein, también es cierto que se distinguen dos períodos en su pensamiento, en algunos puntos contradictorios, dado que el filósofo no dejaba de replantearse los mismos problemas.
Kosuth concibe el arte fundamentalmente como lenguaje, pero le aplica categorías lógicas y conceptos propios de los lenguajes cognoscitivos, esto es lo que enuncian si algo es o no, si una proposición es verdadera o falsa; conceptos como “proposición analítica” o “tautología”, que difícilmente tienen encaje en otros tipos de lenguaje, como los denominados lenguajes poéticos (entre los que cabría incluir el arte), sobre los que no es posible establecer categorías de verdadero o falso, fundamentalmente porque se caracterizan por la multiplicidad de significados. Si una proposición analítica es aquella en la que el predicado no añade nada al sujeto, ¿cómo podemos extrapolar conceptos como los de sujeto y predicado a una obra de arte?
La teoría de la tautología resulta ingeniosa, y no es únicamente Kosuth y los conceptualistas quienes la han defendido. Es la manera sesuda de decir que “arte es lo que los artistas dicen que es arte”, desplazando el epicentro de lo artístico de la obra a la intención del artista. Este giro copernicano, sin embargo, deja una cuestión fundamental sin resolver, pues no define quién es artista.
Obsérvese además que este nuevo centro se sitúa expresamente en el artista y no en la sociedad. Sería posible sostener, posiblemente con argumentos más sólidos y en sintonía con la teoría de los usos del lenguaje de Wittgenstein, que lo que denominamos arte es fruto del consenso social. Pero en tal caso la experiencia ordinaria de su aceptación general pone en evidencia que el denominado arte conceptual estaría todavía muy lejos de poder alcanzar ese estatus.
Existe una máxima jurídica de sentido común que establece que “las cosas son lo que son y no lo que las partes dicen que son”. El fundamento es que la realidad es independiente de la voluntad de las personas. De ser correcta la tesis de Kosuth, el arte vendría a constituir la única excepción.
Artista es quien produce obras de arte, que son cosas objetivas, expresión de las ideas y sentimientos del creador mediante el cultivo de las formas, y susceptibles de valoración estética. Admitir que cualquier creación, idea, acción, o simplemente ocurrencia de alguien que se autoproclama artista, es arte sería dar pábulo a situaciones como la del cuento del “traje nuevo del emperador”. El artista despojado de obra es algo subjetivo, cuando no puro solipsismo. Como Carl, el personaje de “Trópico de Cáncer”, de Henry Miller, que sostiene que se puede ser escritor sin escribir.
Por último, del hecho que todo objeto sea susceptible de consideraciones estéticas en tanto que no todo objeto pertenece al mundo del arte, lejos de concluir la prescindibilidad de la estética para el arte, como argumenta Kosuth, permite colegir, a sensu contrario, que en todo objeto, en mayor o en menor medida, hay arte.
Entonces alguien podría decir: De acuerdo, pero ¿si esto no es arte, de qué se trata? ¿Es arte porque no es otra cosa, o es otra cosa aunque le llamemos arte? No lo sé. Puede que se trate de un híbrido que combina elementos propios del arte con los de otras disciplinas, como el teatro, el circo, los juegos de palabras, la filosofía, la lingüística, etc. Probablemente, por ser absolutamente novedoso, se trate de algo para lo que no existe una palabra y, al denominarlo arte, estemos incurriendo en una de esas confusiones o malentendidos lingüísticos que, en opinión de Wittgenstein, se producen cuando el lenguaje es desviado de su uso común y deviene fuente de perplejidades.
Artur Vives
¿EL ARTE CONCEPTUAL ES ARTE?
El título podría parecer absurdo dado que parece cuestionar una tautología. De lo que se trata es de dilucidar si el denominado Arte Conceptual merece ese calificativo. Puesto que el concepto de Arte no es único e indiscutido, podemos predecir sin riesgo de error que cualquier conclusión no gozará de la aprobación general.
Las vanguardias consagraron como única alternativa artística válida la que fuera absolutamente novedosa. Los distintos movimientos pictóricos pueden interpretarse como alteraciones substanciales de los diferentes elementos integrantes del cuadro: Perspectiva (cubismo), forma (abstracción, expresionismo), tema (surrealismo, pintura metafísica), color (fovismo), etc. Cuando ya no quedaba nada por transformar, deformar o modificar, cualquier cosa que se hiciera parecería necesariamente un déjà vu. De ahí que, con tales premisas, algunos concluyeran precipitadamente que la pintura había muerto.
El principio fundamental del llamado arte conceptual es que la idea es más importante que la forma. La ejecución de la obra es un asunto secundario. El objeto es un mero soporte de la idea. A menudo se exponen antes las notas o bocetos que el objeto en sí, que puede que nunca llegue a terminarse. Con estos presupuestos resulta inevitable que lo efímero y lo simple aparezcan a menudo, aunque no necesariamente, como elementos externos característicos del llamado arte conceptual. Variaciones del arte conceptual son el body art, land art, performance art, process art y arte povera.
La consideración de la pintura como “cosa mental” tiene antecedentes ilustres en Leonardo y Velázquez. Pero intentar vislumbrar en ellos precedentes del arte conceptual sería absolutamente erróneo. Lo “mental” en esos casos es un valor añadido a la ejecución material, pero en ningún modo un substitutivo. El énfasis por la idea debe encuadrarse dentro de la denominada “disputa del paragone” o jerarquía entre las artes. Acentuando el carácter intelectual de la pintura, el artista se elevaría de su condición de artesano y se equipararía en prestigio al literato.
Aunque el movimiento conceptualista surgió a mediados de los sesenta del pasado siglo, el principal precedente lo constituyen los ready-made de Marcel Duchamp, significativamente su conocida obra “Fuente”, que consiste en un urinario invertido, así como en el dadaísmo y su propósito desmaterializador del arte. Otros pioneros que suelen citarse son Jasper Johns, Robert Rauschenberg, Piero Manzoni e Yves Klein.
El arte conceptual es un claro ejemplo de la progresiva intelectualización del arte. Si bien los artistas nunca han estado del todo ajenos a los movimientos filosóficos de su época, las principales influencias han procedido normalmente del propio entorno artístico. En el siglo XX, en cambio, enervada la tradición por el carácter esencialmente rupturista de las vanguardias, las distintas corrientes artísticas son un correlato de las tendencias intelectuales del momento. Así, el paso que se produce en Francia del existencialismo al estructuralismo y el marxismo, se traduce en una substitución del individuo por la colectividad. Lo estético aparece como elitista y narcisista, se pone en tela de juicio el papel de la obra como mercancía en el mercado y, desde esta nueva perspectiva, se replantea el papel del arte en la sociedad.
De todos los artistas conceptuales, tal vez sea Joseph Kosuth quien más ha desarrollado las cuestiones teóricas. Posiblemente sus ideas no representen a todos los conceptualistas, pero puesto que ha elaborado el cuerpo doctrinal más completo y coherente, nos remitiremos a él, y más concretamente a su escrito “El arte después de la filosofía”, de 1969.
Kosuth es especialmente conocido por la obra “Una y tres sillas”, de 1965. En esta creación aparecen una silla plegable de madera, una fotografía de la misma silla y una ampliación fotográfica de la definición de silla extraída del diccionario. La pretendida finalidad del montaje consiste en inducir al público a plantearse en cuál de los tres elementos se encuentra la identidad del objeto, si en la cosa misma, en su representación o en su descripción verbal. No seremos tan maliciosos como para negarle un cierto ingenio a la propuesta, aunque para una persona cansada y con deseos de sentarse la solución parece obvia. El caso es que Kosuth debió sentirse muy satisfecho con su idea, porque la repitió en otras ocasiones sustituyendo la silla por otros objetos, como un martillo o una sierra.
El montaje puede ilustrar por sí mismo una disyuntiva semiótica o una cuestión vinculada a la filosofía del lenguaje, pero a nadie se le escapa que su condición artística solamente se manifiesta en cuanto aparece expuesto en una galería de arte o en un museo. Es el denominado “arte por contextualización”.
Para Kosuth el siglo XX es el tiempo en que la filosofía termina y el arte comienza. El fin de la filosofía lo marca el Tractatus de Ludwig Wittgenstein, y el comienzo del arte los ready-made de Duchamp. Con ambos, filosofía y arte entran en crisis. Wittgenstein es para Kosuth la munición filosófica para responder a los nuevos interrogantes sobre la naturaleza del arte que plantea el urinario de Duchamp.
En opinión de Kosuth la estética es al arte lo que la metafísica a la filosofía, un absurdo. Si la estética se ha considerado tradicionalmente unida al arte, es sólo porque la función ordinaria del arte ha sido de carácter decorativo, de modo que esa vinculación por costumbre –arte y estética- se ha interpretado erróneamente como necesaria. Como la estética presupone una forma –un arte “retinal”-, igualmente se ha considerado, equivocadamente, que el aspecto morfológico era inseparable del arte. En definitiva, para Kosuth la estética es un mero apriorismo que actúa como una metafísica innecesaria para el arte en sí. Las consideraciones estéticas son ajenas a la función del arte, salvo que ésta sea estrictamente estética, esto es, decorativa. Las consideraciones estéticas son juicios críticos que reflejan únicamente el gusto de quien las formula. La estética es conceptualmente irrelevante para el arte. En tal caso, si el juicio estético es intrascendente, y Duchamp ha demostrado que cualquier objeto es susceptible de ser un objeto de arte, aunque no todo objeto forma parte del conjunto de los objetos de arte, ¿cómo se define el arte?
La solución logicista de Kosuth es considerar la obra de arte como una proposición analítica. La obra de arte es una “proposición” presentada dentro del contexto del arte como un comentario acerca del arte. Vistas dentro de su contexto –como arte-, son proposiciones analíticas porque no proporcionan información alguna sobre cualquier hecho. El significado de “contexto del arte” es algo que no queda demasiado claro, aunque parece aludir al uso del objeto artístico de conformidad con la intención del artista (Por ejemplo, de una escultura el ser exhibida en un salón en vez de servir de cuelga ropa). En definitiva, un objeto es arte sólo cuando se sitúa en el contexto del arte.
En este punto conviene aclarar qué se entiende por proposición analítica, cuya acepción actual se remonta a Kant. Analítico se contrapone a sintético. Así, en un juicio analítico el predicado no añade nada al sujeto (Por ejemplo: Una mujer obesa es una mujer), a diferencia de lo que ocurre en un juicio sintético. Según Kant, las proposiciones basadas en la experiencia son sintéticas y, por tanto, válidas a posteriori (Por ejemplo: Mi tía es una mujer obesa), en tanto que las proposiciones analíticas son a priori porque su validez es independiente de la experiencia. Kosuth concluye, por analogía, que las obras de arte son proposiciones analíticas porque no siendo de orden fáctico, sino lingüístico, su validez no depende de la experiencia.
Si toda obra de arte presentada dentro de su contexto es un comentario acerca del arte, proposiciones analíticas válidas a priori, y es la intención del artista la que define dicho contexto, siguiendo con la lógica de Kosuth, las obras de arte son tautologías (y eso es lo que el arte tiene en común con la lógica y las matemáticas). Es el artista quien nos dice que una obra de arte en particular es arte. Por tanto, si la validez del arte es “a priori”, esto es, no depende de la experiencia, la “condición de arte” del arte es conceptual.
Siguiendo con el razonamiento, para Kosuth ser artista significa cuestionarse la naturaleza del arte. El primero en cuestionarse la función del arte fue Marcel Duchamp. Hasta Duchamp el lenguaje del arte seguía siendo el mismo (morfológico), aunque dijera cosas nuevas. Los ready-made inauguraron un nuevo lenguaje, en el que lo relevante no era la forma, sino lo que se está diciendo. Con Duchamp cambia la naturaleza del arte (a partir de Duchamp el arte sólo existe conceptualmente), cambio que va de la “apariencia” a la “concepción” (de un cuestionamiento morfológico se pasa a un cuestionamiento de la función). En consecuencia, el valor de los artistas posteriores se mide en función de lo añadido al concepto de arte mediante la presentación de nuevas propuestas. Si el hombre de la calle es intolerante con el arte contemporáneo es porque exige que el arte se manifieste en un lenguaje tradicional.
Todo el argumentario de Kosuth parte de un principio básico, un hecho indiscutido que se da por verdadero, un acto de fe: Que los ready-made de Duchamp son arte. En la justificación racional de este axioma se remite, como principio de autoridad, al aparato conceptual de Wittgenstein, del mismo modo que un escolástico medieval se servía de la filosofía de Aristóteles para razonar la existencia de Dios. El estilo críptico y sentencioso de este filósofo del lenguaje le habilita como gurú de distintas corrientes a las que ignoramos si hubiera dado su beneplácito (ya en vida se opuso vivamente a determinadas actitudes derivadas de su pensamiento). Nunca sabremos si Wittgenstein hubiera aprobado el arte conceptual. Y si bien de su filosofía es lícito inferir otra cosa, lo cierto es que cuando se pronuncia explícitamente sobre Arte lo hace en términos convencionales, considerando el arte como una expresión cuya finalidad es lo hermoso, y asimilando ética y estética (aunque habrá wittgenstenianos que no compartirán esta apreciación).
No vamos a entrar a analizar la coherencia del discurso de Kosuth con la filosofía de Wittgenstein. En primer lugar porque supondría erigir a Wittgenstein en principio de autoridad per se. Y en segundo lugar, porque el pensamiento de Wittgenstein no es en absoluto monolítico y, si bien puede hablarse de un modo de razonar a la Wittgenstein, también es cierto que se distinguen dos períodos en su pensamiento, en algunos puntos contradictorios, dado que el filósofo no dejaba de replantearse los mismos problemas.
Kosuth concibe el arte fundamentalmente como lenguaje, pero le aplica categorías lógicas y conceptos propios de los lenguajes cognoscitivos, esto es lo que enuncian si algo es o no, si una proposición es verdadera o falsa; conceptos como “proposición analítica” o “tautología”, que difícilmente tienen encaje en otros tipos de lenguaje, como los denominados lenguajes poéticos (entre los que cabría incluir el arte), sobre los que no es posible establecer categorías de verdadero o falso, fundamentalmente porque se caracterizan por la multiplicidad de significados. Si una proposición analítica es aquella en la que el predicado no añade nada al sujeto, ¿cómo podemos extrapolar conceptos como los de sujeto y predicado a una obra de arte?
La teoría de la tautología resulta ingeniosa, y no es únicamente Kosuth y los conceptualistas quienes la han defendido. Es la manera sesuda de decir que “arte es lo que los artistas dicen que es arte”, desplazando el epicentro de lo artístico de la obra a la intención del artista. Este giro copernicano, sin embargo, deja una cuestión fundamental sin resolver, pues no define quién es artista.
Obsérvese además que este nuevo centro se sitúa expresamente en el artista y no en la sociedad. Sería posible sostener, posiblemente con argumentos más sólidos y en sintonía con la teoría de los usos del lenguaje de Wittgenstein, que lo que denominamos arte es fruto del consenso social. Pero en tal caso la experiencia ordinaria de su aceptación general pone en evidencia que el denominado arte conceptual estaría todavía muy lejos de poder alcanzar ese estatus.
Existe una máxima jurídica de sentido común que establece que “las cosas son lo que son y no lo que las partes dicen que son”. El fundamento es que la realidad es independiente de la voluntad de las personas. De ser correcta la tesis de Kosuth, el arte vendría a constituir la única excepción.
Artista es quien produce obras de arte, que son cosas objetivas, expresión de las ideas y sentimientos del creador mediante el cultivo de las formas, y susceptibles de valoración estética. Admitir que cualquier creación, idea, acción, o simplemente ocurrencia de alguien que se autoproclama artista, es arte sería dar pábulo a situaciones como la del cuento del “traje nuevo del emperador”. El artista despojado de obra es algo subjetivo, cuando no puro solipsismo. Como Carl, el personaje de “Trópico de Cáncer”, de Henry Miller, que sostiene que se puede ser escritor sin escribir.
Por último, del hecho que todo objeto sea susceptible de consideraciones estéticas en tanto que no todo objeto pertenece al mundo del arte, lejos de concluir la prescindibilidad de la estética para el arte, como argumenta Kosuth, permite colegir, a sensu contrario, que en todo objeto, en mayor o en menor medida, hay arte.
Entonces alguien podría decir: De acuerdo, pero ¿si esto no es arte, de qué se trata? ¿Es arte porque no es otra cosa, o es otra cosa aunque le llamemos arte? No lo sé. Puede que se trate de un híbrido que combina elementos propios del arte con los de otras disciplinas, como el teatro, el circo, los juegos de palabras, la filosofía, la lingüística, etc. Probablemente, por ser absolutamente novedoso, se trate de algo para lo que no existe una palabra y, al denominarlo arte, estemos incurriendo en una de esas confusiones o malentendidos lingüísticos que, en opinión de Wittgenstein, se producen cuando el lenguaje es desviado de su uso común y deviene fuente de perplejidades.
Artur Vives
16 comentarios:
Me parece que el problema de la definición del arte, o el de cuál expresión es digna del título, es sintomático de que ya no existe una sociedad integrada en sus fundamentos. Culturas homogéneas como las del pasado, o al menos que se pretendía así, veía y analizaba todo como cuestiones que tenían una única respuesta. La historia en realidad era eso: visiones únicas que se desplazaban en el tiempo. El problema es más complejo, lo sé. Sin embargo, creo que lo que está pasando hoy es que ya no es posible mantener un centro, mantener la cohesión de las visiones que todos tenemos del mundo. Pienso, aunque por momentos me seduzca lo contrario, que es necesario que pensemos diferentes, que es mejor. ¿Quién no sintió alguna vez tener la razón, esa porción de la “verdad“, y quiso salir corriendo a convertir a nuevos fieles?
Afortunadamente para la raza humana, cada vez se gastan menos energías en este tipo de cosas intrascendentales.
Los conceptos significarán lo que los usuarios del lenguaje quieran que signifiquen en cada momento histórico. Y el arte no es una excepción.
Hay quienes por aburrimiento o para ganarse el sueldo y su plaza en una universidad se dedican a jugar con los conceptos y a estirarlos y ponerlos a prueba.
Afortunadamente, ahora con las nuevas tecnologías, los conceptos y el lenguaje escapan mucho más al academicismo y a la pedantería.
Y mientras el planeta al borde de la debacle.
Tú lo has dicho, anónimo, hoy en día el mundo es más heterogéneo que nunca...pero, ¿el mundo que hay dentro de los museos es heterogéneo?. Si lo fuera entraría en ellos todo tipo de público, y yo creo que no es así.
A los que rechazamos la homogeneidad impuesta (los hartistas, por ejemplo), se nos quiere muchas veces acusar, directa o indirectamente de querer IMPONER o HOMOGENEIZAR (lo que ya es el colmo)...esto es un cinismo similar a cuando la iglesia católica dice que la asignatura de educación para la ciudadanía intenta "adoctrinar a los jóvenes".
Con tu texto, Anónimo, no sé si dejas entrever que alguien duda que sea necesario que todos seamos diferentes.
Nosotros, desde luego, no lo dudamos. Somos tan amigos de la heterogeneidad como tú y por eso no entendemos porqué la cultura oficial no refleja esa heterogeneidad.
Tampoco tenemos el más mínimo interés en convertir a nuevos fieles.
El hartismo no se basa en actos de fé, como la religión conceptual.
Bueno, yo contestaba a lo que decía el primer anónimo, no al segundo.
Estoy de acuerdo en que la certeza no existe, cada uno tiene "su" verdad.
Pero no obstante soy escéptico en la mayoría de cosas de la vida, y cuando veo un dogma disfrazado de lógica me rechinan los oídos. Respeto la libertad de credo: que unos crean que Jesús reina sobre el mundo, o que Duchamp y sus epígonos poseen poder sobrehumano para convertir en arte un objeto cotidiano me parece respetable. Al fin y al cabo, la fe aflora incluso en terrenos tecnológicos (Canon vs Nikon) o en deportes, donde los fríos datos comparativos dirimirían enseguida las cuestiones.
Pero cuando no me parece bien la fe es cuando se intenta imponer a los demás. Es FE, no verdad, no certeza. Y la fe en el conceptualismo es tan totalizadora como cualquier otro dogma: se nos impone a todos, y se presenta como algo racional e inevitable, que afecta a todos, cuando parte de un acto de fe y no de una realidad incuestionable.
Curiosamente son las ideas que parten de creencias irracionales las que tienden a intentar "convertir" a toda costa a los no creyentes. El escepticismo siempre es más cauto. Nadie va imponiendo la idea de la Evolución a gritos. Si estudias ciencia estudias también la Evolución de las Especies. Pero ningún escéptico va a las iglesias a interrumpir sus misas diciendo que el Génesis miente.
Cuando leí el manifiesto hartista, sinceramente me dio la impresión de que lo que se quiere es mantener una posición única. La heterogeneidad de la que me hablas, Mariano, parece no tener cabida. Pienso ahora en las expresiones que aluden al arte contemporáneo como cáncer, como algo que se debe desterrar, única garantía para la justa existencia del arte como los hartistas lo entienden. Si lo que se pretende es protestar contra el modo en que hoy se gastan los dineros públicos, en el marco de las instituciones que difunden el arte, es una cosa; ahora bien, ¿realmente es ese el problema? ¿no existirá quizás un sentimiento totalizador que quiere lo uno o lo otro?
Anónimo 1 se presenta: me llamo Martín Borba y soy de Montevideo, Uruguay. Un abrazo para todos ustedes.
Se puede o no estar de acuerdo con nuestro análisis, evidentemente. En el propio artículo 5 del manifiesto que mencionas, se explica por qué se hace esa comparación: anti-arte y arte no pueden convivir, porque el anti-arte tiene como misión "devorar" al arte.
Esto se puede entender también pensando en que el Hartismo supone una postura escéptica. Las supersticiones y dogmatismos atacan activamente a las ciencias, por lo que el escepticismo científico responde con argumentos contra la superstición para precisamente DEFENDERSE de ella y no DESAPARECER. El ejemplo más actual y dramático es el CREACIONISMO: superstición, dogmatismo disfrazado de ciencia, que ha arrinconado a la ciencia -y sigue intentándolo- en gran parte de los EEUU y otros países. El creacionismo es una anti-ciencia, y no es inocente, detrás están los grandes intereses del fundamentalismo cristiano metodista de EEUU. La ciencia, si no lucha activamente contra el creacionismo, desenmascarándolo y denunciando sus artimañas simplemente DESAPARECE. Y es defensa, la ciencia no invade el campo de la creencia, son ámbitos diferentes. Pero la creencia sí invade constantemente el campo propio de la ciencia.
Pues con anti-arte y arte pasa lo mismo. No es "nuestra" visión hartista, es la llamada a los artistas sean o no de los nuestros a levantarse contra el anti-arte que invade nuestro terreno y quiere extinguir al arte.
Pero ya digo, no tienes por qué compartir nuestro análisis.
Gracias, Martín, por presentarte, porque con lo de los Anónimos al cabo de unos comentarios es complicado saber si son la misma persona o diferentes.
Respecto a lo que dices, tengo que aclarar que para nada hay un sentimiento totalizador, como dices, que quiere quitar un rey para poner otro.
El hecho es que a nivel estético, en los museos de Arte Contemporáneo y en las instituciones promotoras de arte actual SÍ se ejerce un totalitarismo, una dictadura y un proceso de exclusión.
Cuando esto es así, los totalitarios no suelen ser los que denuncian esta situación, sino los que la ejercen.
Nuestro manifiesto intenta, muy deliberadamente, no caer en la tibieza habitual "buenista" y buenrollista que haría que el propio sistema nos absorbiera como parte de la "diversidad" que falsamente anuncia.
Lo que nosotros denominamos "anti-arte", es decir, el arte que no tiene la más mínima intención de conectar con el público, es una propuesta que no permite la convivencia, que rechaza a la pintura como arte, que se adhiere al poder diciendo ser "transgresor" y centrando su carga argumental en justificar esta incongruencia y en las razones por las cuales otras propuestas son "conservadoras", "tradicionales" o "obsoletas".
No se puede convivir con el anti-arte porque el antiarte no quiere convivir con nadie, y lo ha conseguido durante décadas. Ha sido y ES el arte oficial, y los hartistas simplemente queremos que deje de serlo, que NO HAYA ARTE OFICIAL, y que en pleno siglo XXI los gobiernos practiquen de una vez un "laicismo artístico", que ya es hora, y no se dediquen a juzgar y a seguir siendo cómplices de ese absurdo sesgo que separa el arte "contemporáneo" del que no le es, basándose en normas que imponen unos pocos que llevan también décadas viviendo a la sombra de ese poder.
Nosotros no queremos (nunca lo hemos dicho, que yo sepa), que el gobierno nos subvencione las pinturas y los lienzos.
Queremos que las puertas de sus muchísimas instituciones culturales, que ya están construídas y han costado caras a TODOS, estén abiertas a todos los artistas, y no haya en ellas un ama de llaves en forma de comisario, que decide, como siempre sesgadamente, lo que debe estar allí, y lo que, como desde hace décadas nuevamente, queda relegado a mostrarse en bares, cafeterías y concursos de domingo...(continúa)
...(de anterior)
Un troll que tuvimos hasta hace poco en nuestros blogs nos decía que "de qué nos quejábamos", puesto que existen multitud de certámenes y sede locales, cafeterías y concursos de pintura donde nuestra obra tenía cabida.
Un mes después, y entre insultos, en otra entrada, nos decía que éramos unos artistas fracasados porque exponíamos en cafeterías, entidades locales y concursos de pintura.
Es evidente el caracter ventajista y ruín del sistema y de sus defensores (muchos de ellos beneficiarios de él y otros simplemente tontos útiles para el mismo, como en todas las dictaduras) que nos relega a un rincón como perdonándonos la vida y luego nos insulta por estar en ese rincón donde nos han obligado a estar.
El discurso de este troll no difiere mucho del de comisarios y críticos, algunos muy reconocidos, que hacen exactamante igual: blindan las instituciones públicas (y mucho dinero público, dicho sea de paso) a lo que ELLOS llaman "arte emergente", nos felicitan a los que no estamos en la lista por la suerte de poder tener salas de Cajas de Ahorros, locales consistoriales, y por estar invitados a ferias y concursos de pintura al aire libre, y luego se rien de los pintores precisamente por esta razón.
El hartismo está RADICALMENTE en contra del grupo de poder y exclusión que se ha creado en torno al "arte contemporáneo" como concepto...
Como concepto falseado, porque artistas contemporáneos también somos nosotros.
Y como tales, queremos ser considerados, como artistas con todo el derecho del mundo a utilizar las salas y espacios que se han creado para el arte, y no para UN tipo de arte.
No necesitamos su invitación ni su permiso. Necesitamos que no obstaculicen ni perpetúen más esta dictadura.
Y no tenemos absolutamente nada en contra a nivel personal de los artistas ni del arte de ningún tipo...estaríamos encantados de acogerles y compartir con ellos "nuestros" espacios: bares, cafeterías, salas municipales y concursos de arte al aire libre...pero mucho me temo que son ellos los que no van a venir...con los bolsillos forrados de subvenciones uno no se digna a bajar al mundo real.
Totalmente de acuerdo, Mariano.
Es curioso que ahora, estos mismos que han estado décadas denigrando, ridiculizando y menospreciando a la pintura, son los que se están empezando a subir a su carro (aunque claro, sin llegar a pintar, no vayan a mancharse las manos)... empiezan a decir que si resurge la pintura, que si vuelve con fuerza... intentando apropiarse de ella, apuntando a ella a sus protegidos conceptuales, no vayan a perder su plaza en lo que venga tras la crisis. Hace ya algún tiempo me extrañó en Román (un profesor de Pontevedra, uno de los más radicales en su imposición del ideario conceptual en nuestros tiempos) que resulta que ahora "pinta". Y en su recién adquirido amor a la pintura dice hasta barbaridades intransigentes (bastante demodés) en plan 'si no es óleo no es pintura'.
En Ferrol acaba de abrirse una exposición que aconsejo a sociólogos y psiquiatras, porque es un fenómeno fascinante: "Teleprompter", o cómo presumir de ser pintores sin pintar y riéndose de los pintores. O como vivir en una realidad alternativa sin despeinarse. Se nos presenta allí como pintura cosas conceptuales a tope, y como pintores a gente que no saben ni coger un pincel por el rabo, ni les ha interesado jamás hacerlo. Se supone que, como en la carrera hicieron un par de ejercicios de color con Chavete ya han tenido una primera etapa como pintores. Penoso lo que el desconocimiento de las cosas lleva a decir.
Me parece indignante también el repentino interés de muchos teóricos bien mantenidos por destacar -contra la tozuda realidad- cuánta pintura se expone en los salones oficiales, como si la que hay estuviera por méritos propios y ellos hubieran contribuido a ello, como si sus comisariados y críticas no hubieran intentado impedir precisamente esa "invasión" de pintura que tímidamente empieza. ¿Será que tienen complejo? No dejan de recordarme a los franquistas, los "afectos al régimen" que cuando Carrero voló por los aires y se vio que Suárez tenía otras ideas, se apresuraron a decir que ellos eran demócratas "de toda la vida".
Está claro que los trepas no tienen vergüenza. Quizá ese cambio de actitud es porque saben algo respecto al futuro más próximo que nosotros todavía no.
Lo gracioso será cuando algunos de estos individuos se declaren "hartistas" de toda la vida. Habrá que estar preparado para ello, los conversos dicen que son los más luchadores...
Hablar de ciencia y creencia, en paralelo con arte y anti-arte, apareja consigo varios inconvenientes. ¿Es válida la primer comparación para ilustrarnos la segunda? Cuando te refieres a la ciencia en relación al dogmatismo, me presentas metafóricamente una batalla similar a la librada entre hartismo y anti-arte. En primer lugar, la vedad científica nada tiene que ver con la verdad revelada de los dogmas religiosos. Esta última es fija, sólida, segura de sí misma; la primera, por otro lado, no posee en realidad verdades, en el sentido estricto de la palabra, sino teorías, métodos; todo en la ciencia esta sujeto a críticas, a fin de cuentas esa es su “esencia” y no la “caza de brujas“. De lo contrario, terminaríamos por ver a la ciencia convertida en anti-creacionismo, levantando armas para desarmar y desarticular, en fin, desmitificar a todo dogmatismo religioso excusándose con su propia supervivencia, algo que creo está lejos de suceder. Por tanto, una cosa es responder a las críticas t otra muy distinta proponerse como objetivo lo otro. En segundo lugar, ¿existe, en su base filosófica, posible distinción entre hartismo y anti-arte? ¿No tienen ambas posiciones en común la negación, el sentido combativo, como lo han tenido todas las manifestaciones del modernismo artístico? Me objetarás seguramente, Anxova, que el hartismo no quiere negar al arte del pasado, como las vanguardias históricas o contemporáneas, sino más bien afirmarse en la tradición artística, recuperarla; en todo caso si existe un combate es simplemente para afirmar y garantizar la existencia de la concepción que tu defiendes. Cuando Duchamp planteó su postura anti-arte, lo que realizó fue en realidad una crítica a la cultura de una sociedad decadente. El arte es una de sus manifestaciones más elocuentes, y como tal también reflejaba y era responsable de aquella situación. Fue la solución que él encontró para esa problemática y el Hartismo lo comprende así. Existe una crítica a la sociedad actual, a sus instituciones, lo que considero válido en el movimiento, ¿por qué recaer entonces sobre el arte conceptual cuando se asume que los hartistas no reclama la homogeneidad sino todo lo contrario? Se dice que el arte conceptual es arte oficial, pura charlatanería, cosa que en lo personal no acepto. Y no es que yo prefiero a éste, que hace hincapié más en la idea o en la poética, o al otro, que busca materializarse en una obra, más cercano al concepto que postula el Hartismo; ¿es necesario plantear una dicotomía?, ¿no podré, como público, admirar a uno como a otro? He podido ver obras de hartístas y sinceramente son geniales y las disfruto realmente; también es cierto que el arte conceptual me interesa porque puedo con él experimentar otras cosas. Existe otro disfrute, no sé si formal, en el sentido que no existe prácticamente obra material; sería, en todo caso, de formas ideales, del pensamiento. Si el problema es esta diferencia, solucionemos el escollo llamándolo filosofía o literatura, pero no proclamando su ejecución. Por último, acerca del lugar que quiere recuperar el Hartismo: ¿es material o simbólico?, ¿se quiere ocupar un sitio en los museos o tener la atención y estima del público? Si de esto último se trata, no creo que exista problema alguno. Como ustedes expresan, el público no se ha desinteresado de la buena pintura. El interés de éste, en el que me incluyo, no cesará por la existencia del antí-arte o del arte conceptual. Lo que me preocupa, como también a los hartistas, es lo otro, la ausencia de heterogeneidad en lo que se muestra en las instituciones públicas.
Disculpen si fui algo extenso, es que el tema que plantea el Hartismo lo considero de relevancia y de merecida atención. Un abrazo para ustedes:
Martín Borba.
Un comentario estupendo, Martín.
Coincido mucho -creo que totalmente- con lo que planteas. En realidad lo que dices podría ser una precisión muy atinada sobre el matiz final de nuestra propuesta. Compartimos como movimiento precisamente ese espíritu combativo. El hartismo tiene mucho de Dadá, pero precisamente contra los hijos espúreos del Dadá. Intenta ser un revulsivo, creo que necesario, para volver a encontrar el rumbo en un mundillo -el del arte- que está desnortado, lo que posibilita la invasión de los oportunistas.
En realidad todos disfrutamos cotidianamente de manifestaciones artísticas puramente conceptuales, aunque nadie las mete dentro del arte: la publicidad. Los anuncios utilizan conceptos de una manera magistral, sutilísima y muchas veces inteligentísima, logrando obras que además muchas veces poseen una calidad plástica maravillosa. Lo grave me parece que se sustituya al arte en sus propios templos por imitaciones de publicidad que ni siquiera tienen la misma gracia ni la misma calidad que la publicidad real de la TV, prensa, etc. Esa suplantación, dañina para el arte, entre otras cosas porque tiende a una homogeneidad empobrecedora, es el meollo de la crítica que hacemos al conceptualismo en particular y el anti-arte en general.
Es evidente, por otra parte, que el arte, pese a todo, conserva su fuerza incluso cuando se le arrincona, y aún teniendo que buscarnos por estudios aislados, perdidos en calles de las afueras, el público acaba encontrándonos. Como decía Avelina Lésper en su blog, el arte es invencible.
Pero el anti-arte, el sistema tejido por él en torno a las instituciones está haciendo mucho daño, produciendo un desgaste y un descrédito, una derrota de las ilusiones de artistas y público que no tiene precedentes. Y por eso surgen hartismos, stuckismos, shit-arts, artrenewals, etc, precisamente para alertar y poner fin a ese abuso, esa suplantación que afecta no al arte, sino a su sistema de distribución o de comunicación si se prefiere. Es una intoxicación informativa tan exhaustiva que todo esfuerzo por desmontarla es poco. En unos días publicaré en mi blog un catálogo de una exposición (Teleprompter) de Ferrol que describe una realidad paralela, ridículamente increíble, ajena a la historia real de la pintura durante las últimas décadas, a mi parecer totalmente escandalosa por falaz y ruin. Es todo un ejemplo canónico de esa intoxicación informativa de la que te hablo, pagada por el Concello de Ferrol, y bendecida por las autoridades de media Galicia, los medios de comunicación, etc, que ni siquiera creo que entiendan de qué va el folleto. Estos abusos de poder se toleran de forma penosa, dado que muy probablemente, muy pocas personas entre los responsables de que salga a la luz entiendan realmente el texto o su intención. Creo que contra ese sistema corrupto sí hay que luchar. Si acabar con el trato de favor hacia teóricos y comisarios de lo "contemporáneo" (palabra de todos de la que ellos se adueñan con todo el desparpajo) acaba con el arte conceptual es que su existencia no era muy real, ni muy necesaria al arte, creo yo.
Es en ese sentido de impedir la suplantación que se lucha contra ellos, y es sólo en ese sentido en el que comparo la lucha del ESCEPTICISMO en ciencia o en arte. No hablo de ciencia contra dogma, sino de escepticismo contra dogma para recuperar el lugar de la ciencia, que es otra cosa. Los grandes escépticos pueden o no ser científicos además, pero su labor como escépticos no es hacer ciencia, sino hacer escepticismo. Sé que puede parecer confuso, pero hay una diferencia grande.
(continúa abajo)
(viene de arriba)
Yo soy escéptico respecto al conceptualismo como arte. No como actividad de cualquier otra clase; incluso reconozco que algunas manifestaciones poseen cierto valor estético, si las considerásemos como escenografías, cine o teatro, por ejemplo. Pero la idea de base del conceptualismo, esto es, que la obra es prescindible, que la idea basta y sobra, me parece una completa falsedad, una falacia. Es algo así como decir que en la cocina puede prescindirse de la comida. Es decir que "el traje nuevo del Emperador" existe de verdad y lo estamos viendo. Pero es que además se pone al conceptualismo como el logro máximo del arte de todos los tiempos, y como única meta deseable. Es una tontería, una "boutade" si se prefiere, pero creo que se hace un favor al arte desterrándola de su seno (lo cual no le impediría existir en otro lugar, quizá la publicidad, donde esa creatividad podría hasta dar frutos jugosos).
Creo que nos metemos en terrenos en los que los matices son decisivos, por eso me parece magnífica tu respuesta, porque ayuda a aumentar el nivel de matización de esta conversación, ya bastante alto por otro lado en el texto del post. Muchas gracias por participar.
Lo que dices, Martín, es muy interesante, y no creo que esté enfrentado a lo que decimos nosotros.
Es, desde luego, deseable que sea el público quien decida y quien encuentre lo que busca y lo valore. Nosotros insistimos mucho en eso: recuperar el respeto al público, legitimarlo para decidir sobre lo que es bueno y lo que no. Creemos que en este momento el "arte contemporáneo" oficial sólo se acuerda del público para pasarle la cuenta, pero lo desprecia e incluso lo humilla porque hace dueños de la posibilidad de opinar a una minoría que forma parte del propio sistema.
Resulta difícil luchar contra un sistema viciado sólo con tolerancia y buenas palabras. El mundo no es todo de color de rosa (y el mundo del arte menos) y a veces es necesario adoptar una postura radical, y máxime en un mundo donde los que piden tolerancia no son desde luego los que la practican.
No tenemos nada contra ningún tipo de expresión artística que se haga honestamente. Una vez una periodista nos decía que la honestidad no se puede medir, y nosotros creemos que sí se puede.
Si comenzamos a relativizar, a decir que todo puede ser arte, a inhibirnos de opinar por miedo a ser poco tolerantes, y a llamar intolerantes a los que simplemente opinen y expresen sus gustos, vamos de cabeza hacia el todo vale y hacia un panorama en el que el arte es lo de menos y la especulación y el negocio lo único que importa.
Nosotros tenemos muy claras nuestras opiniones. No decimos que el arte conceptual sea una mierda, decimos que a nosotros no nos gusta y que discrepamos de sus justificaciones, y de la manera en que implícitamente niega las artes clásicas. Los artistas conceptuales y los teóricos también son libres de opinar sobre la pintura (ya lo hacen, y no son precisamente benévolos, en su mayoría).
La diferencia es que nosotros creemos que hay una tercera opinión que es la más importante, que es la del PÚBLICO, que hasta ahora no se ha querido escuchar, y simplemente decimos ¿porqué no?
Desde luego el texto de Artur Vives me parece de una transparencia clarificadora.
En cuanto al Museo de Arte Contemporáneo,como contexto sacralizador de los objetos como arte, cumple la función de lugar de transfiguración en el que el relativismo es instaurado como la única creencia de nuestra época. Pero esto, no es solo una acción cultural, es política.Y política de gran envergadura, en la que se trata de trastocar los valores, como en otros ámbitos de la sociedad.Cualquier cosa puede ser expuesta como arte,todos podemos ser artistas,pero también cualquiera puede acabar el colegio sin esforzarse.
Claro, cuando el arte se convierte en discurso,en slogan, y además lo conservamos en los museos dándole esa pátina de santificación, pues ya tenemos cual va a ser el contenido evidente o tácito de todo lo que allí nos encontremos.
Gracias
Publicar un comentario